Nuestro navegador y cuentas de redes sociales (Google, Facebook, Twitter, etc.) adaptan constantemente los contenidos que nos ofrecen en base a nuestras interacciones en la red. Siguen lo que buscamos, a lo que hacemos clic, lo que nos gusta, y cuánto tiempo permanecemos en una página. En base a todo esto crean nuestro perfil y personalizan nuestra experiencia de Internet a esas preferencias; anuncios y enlaces a redes sociales.
Así, siempre encontramos información adaptada a nuestros gustos e intereses. La red limita nuestra posibilidad de ver todo lo que está en Internet; filtra las cosas que no son como lo que ha visto en el pasado. A medida que se desarrolla esta burbuja de filtro se pierde la capacidad de ver y conocer otras opiniones que no sean las similares a las nuestras, desarrollando perspectivas sesgadas, con poca comprensión y conocimiento de otras posturas, sobre todo en lo que a temas controvertidos se refiere. Es muy fácil entender cómo funciona la burbuja de filtro simplemente haciendo una misma búsqueda con ordenadores de propietarios diferentes: comprobaremos que los resultados de ésta cambian de un ordenador a otro.
Desde que Pariser introdujo en 2011 el concepto de filtro burbuja para explicar la construcción de nichos ideológicos en Internet, gran parte de las investigaciones sobre la desinformación se han centrado en describir cómo los usuarios de las redes se recluyen en estas cámaras de eco ideológicas.
Takis Metaxas afirma que “los seres humanos que viven en una cámara de eco pueden propagar cosas ridículas. Sabemos por varios estudios de psicología que las personas aplican su sesgo de confirmación a su pensamiento y prefieren creer en aquello que confirma lo que ya creen”.